La Cornice di Lagetto

La Cornice di Lagetto

Descripción

 

Podría ser una escena de vida diaria, la visión de una figura cruzando la parte de arriba de la calle con paso rápido. 

Como decíamos, sería un gesto normal y ordinario - a no ser que la figura está trayendo, caminando, un gran sillón de mimbre, con un bonito cojín de flores - y lo hace con la misma indiferencia de quien lleva consigo una bolsa o un juego de llaves o otro objeto que normalmente se lleva en el bolsillo. 

El último paso lo lleva a una zona de estacionamiento; pone el sillón en el centro, se sienta cómodo con las piernas cruzadas y sonríe. Va a esperar muy poco, pero estas son las pequeñas cortesías que ocurren en el consorcio de personas del Borgo del centro de Bérgamo. 

El hombre del sillón es Giulio Lagetto. 

Lo encontramos junto con el Distretto Urbano del Commercio, para conocer mejor su negocio. 

Nos espera bajo el letrero de su tienda, de un verde antiguo y pintado a mano. Por arriba, con en cursiva elegante, su nombre y el nombre de su mujer recuerdan a los transeúntes que allí, entre maderas y barnices, hay una historia que merece la pena contar. 

El siempre ha sido enmarcador, desde que tenía quince años y empezó a trabajar para los Nespoli, artesanos históricos de esa misma calle, y aprendió con la guía severa del abuelo Mauro esta profesión. 

“En esa época el trabajo se robaba” dice Giulio; pero solo con la mirada. Los maestros hablaban poco y hacía falta mirar, con atención, todos los gestos, los movimientos, para aprender de verdad. 

Si se asimila la manualidad con los ojos, con el corazón se alimentan el talento y el gusto. 

Los marcos guardan un bien preciado. Hay artistas que buscan espacios seguros para su arte y personas que traen recortes de prensa, antiguas fotografías gastadas por el tiempo, cosas de escaso valor económico pero de valor sentimental inestimable. Cada uno requiere la misma mirada sensible y competente.  

A Giulio le gusta viajar: viajo’ por toda parte de Latinoamérica, luego su curiosidad lo llevó al sureste de Asia. En Yangon - capital de Birmania - su destino se cumplio’. Aquí conoció a Thandar Kyi, con la cual se casó el día de Pascua del año siguiente. 

“Ella llegó a Italia el día de Santa Lucía, cuando estaba nevando intensamente” nos cuenta Giulio sin ocultar una amplia sonrisa. Era la primera vez que veía la nieve. “Todavía me acuerdo de su mueca de dolor y maravilla al tocarla”. 

Desde entonces, nunca se han separado, tanto en la vida como en el trabajo. Thandar tiene una manualidad sorprendente y lleva consigo la creatividad y la capacidad de solucionar los problemas típicas de su gente. 

“No es por casualidad que le encomiendo las tareas más arduas” dice con satisfacción Giulio. 

Ambos comparten la importancia de seguir aprendiendo; mientras él se mantiene actualizado sobre las nuevas técnicas y los materiales, ella obtiene la licencia de diseñadora de moda y pone en marcha su atelier en el piso superior de la tienda de marcos.  

Con el tiempo, han aprendido que la vida regala caminos inesperados y que estos, a menudo, esconden lo mejor que nos puede suceder. 

De esta manera caminan lado a lado y hoy, cogiendo la mano de sus primeros dos nietos Gabriele y Samuele, miran adelante con serenidad y confianza. 

Hay solamente una cosa sobre la cual Giulio no puede cambiar de idea: las pinturas se colocan a nivel de ojo. Solo así se pueden disfrutar bien.

 


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Podría ser una escena de vida diaria, la visión de una figura cruzando la parte de arriba de la calle con paso rápido. 

Como decíamos, sería un gesto normal y ordinario - a no ser que la figura está trayendo, caminando, un gran sillón de mimbre, con un bonito cojín de flores - y lo hace con la misma indiferencia de quien lleva consigo una bolsa o un juego de llaves o otro objeto que normalmente se lleva en el bolsillo. 

El último paso lo lleva a una zona de estacionamiento; pone el sillón en el centro, se sienta cómodo con las piernas cruzadas y sonríe. Va a esperar muy poco, pero estas son las pequeñas cortesías que ocurren en el consorcio de personas del Borgo del centro de Bérgamo. 

El hombre del sillón es Giulio Lagetto. 

Lo encontramos junto con el Distretto Urbano del Commercio, para conocer mejor su negocio. 

Nos espera bajo el letrero de su tienda, de un verde antiguo y pintado a mano. Por arriba, con en cursiva elegante, su nombre y el nombre de su mujer recuerdan a los transeúntes que allí, entre maderas y barnices, hay una historia que merece la pena contar. 

El siempre ha sido enmarcador, desde que tenía quince años y empezó a trabajar para los Nespoli, artesanos históricos de esa misma calle, y aprendió con la guía severa del abuelo Mauro esta profesión. 

“En esa época el trabajo se robaba” dice Giulio; pero solo con la mirada. Los maestros hablaban poco y hacía falta mirar, con atención, todos los gestos, los movimientos, para aprender de verdad. 

Si se asimila la manualidad con los ojos, con el corazón se alimentan el talento y el gusto. 

Los marcos guardan un bien preciado. Hay artistas que buscan espacios seguros para su arte y personas que traen recortes de prensa, antiguas fotografías gastadas por el tiempo, cosas de escaso valor económico pero de valor sentimental inestimable. Cada uno requiere la misma mirada sensible y competente.  

A Giulio le gusta viajar: viajo’ por toda parte de Latinoamérica, luego su curiosidad lo llevó al sureste de Asia. En Yangon - capital de Birmania - su destino se cumplio’. Aquí conoció a Thandar Kyi, con la cual se casó el día de Pascua del año siguiente. 

“Ella llegó a Italia el día de Santa Lucía, cuando estaba nevando intensamente” nos cuenta Giulio sin ocultar una amplia sonrisa. Era la primera vez que veía la nieve. “Todavía me acuerdo de su mueca de dolor y maravilla al tocarla”. 

Desde entonces, nunca se han separado, tanto en la vida como en el trabajo. Thandar tiene una manualidad sorprendente y lleva consigo la creatividad y la capacidad de solucionar los problemas típicas de su gente. 

“No es por casualidad que le encomiendo las tareas más arduas” dice con satisfacción Giulio. 

Ambos comparten la importancia de seguir aprendiendo; mientras él se mantiene actualizado sobre las nuevas técnicas y los materiales, ella obtiene la licencia de diseñadora de moda y pone en marcha su atelier en el piso superior de la tienda de marcos.  

Con el tiempo, han aprendido que la vida regala caminos inesperados y que estos, a menudo, esconden lo mejor que nos puede suceder. 

De esta manera caminan lado a lado y hoy, cogiendo la mano de sus primeros dos nietos Gabriele y Samuele, miran adelante con serenidad y confianza. 

Hay solamente una cosa sobre la cual Giulio no puede cambiar de idea: las pinturas se colocan a nivel de ojo. Solo así se pueden disfrutar bien.