Carrozzeria Locatelli

Carrozzeria Locatelli

Descripción

Erase una vez un abuelo, nacido en 1911, que empezó arreglando los resortes a ballestas de los carritos. Luego llegaron los primeros coches, y el señor Antonio Locatelli abrió con su socio Isidoro Belloli su primera carrocería en Bérgamo, en vía Nazario Sauro. Era el año 1930. Dos años después se desplazaron a vía Garbelli, dónde sigue estando el taller. 

En 1944 el hijo de Antonio, Francesco, heredó el negocio, después de volver por milagro de la guerra. 

“En aquellos años la mayor actividad era la de quitar los techos de los coches para colocar ametralladoras” dice Luigi - sobrino de Antonio -  que en 1970 empezó su actividad en la empresa de familia. 

La historia de la familia Locatelli es muy larga y se une con la del País y la del barrio llamado Borgo d’Oro, del cual - hasta el día de hoy - nunca se ha alejado. 

Luigi nos cuenta con sencillez cómo empezó: “En el colegio era un desastre. Por eso empecé a trabajar inmediatamente”. 

A los 16 años ya conducía, desplazando los coches en la carrocería y aprendiendo esa profesión mirando. Luego regresó al instituto, porque “el tiempo pasaba y hacía falta conocer cosas cada vez nuevas”. Primero fue al instituto Esperia para aprender a soldar, luego frecuento un curso más comercial. 

Se ríe socarronamente cuando nos dice que tuvo que aprender la estenografía también...

Luigi habla poco, prefiere acompañarnos a visitar el taller. Nos enseña los espacios ordenados y bien cuidados, las herramientas modernas para barnizar los coches, la atención con la cual se tratan los desechos y el plástico, los ventiladores aspirantes y el sistema de aeración. Luego nos lleva al exterior para que notemos que no hay ni olor ni polvos. Esto es su mayor orgullo. No en las palabras, sino en el esmero de su actividad. “Si hubiéramos mudado fuera de la ciudad, no hubiéramos necesitado toda esta meticulosidad y el esfuerzo hubiera sido menor.” Pero al fin y al cabo el Borgo es el Borgo y no se puede dejarlo.  

 

Él nació aquí y sus hijos - Antonia y Matteo - también: hoy trabajan con dedicación en el taller. Aquí se encuentran las buenas relaciones que te acompañan durante la vida y que te ayudan incluso en los momentos más difíciles. 

Luigi está muy orgulloso de su profesión de artesano, siempre le han gustado las cosas manuales, pero no esconde que a los diez y ocho años su objetivo era poseer su propio coche para disfrutar y también para impresionar a las chicas. 

Saber que “si hubiera actuado bien le hubieran comprado el coche” le animaba a trabajar. 

“Los de mi generación tuvieron que trabajar para merecerse el coche. Por eso lo cuidaban más”. 

Cada día a las nueve y media y a las tres y media, desde hace treinta años, el enmarcador Ghilardi - cuyo taller queda a poca distancia - viene a recogerle. Se toman un café juntos en el mismo bar, charlan y quedan para el domingo. 

De hecho, una vez a la semana los dos amigos se encuentran en ocasión de una pasión que comparten: los relojes antiguos. Luigi ha pasado de los trabajos sobre los coches a los meticulosos y precisos de los engranajes de los relojes. 

Esta pasión le ha permitido cumplir con algún deseo de los clientes de la carrocería, realizando piezas de recambio minúsculas, construidas con paciencia y habilidad. 

Sus hijos dicen que él está “cuadrado”: pide a todos la misma precisión y ama actuar en territorios conocidos, donde conoce cada mecanismo y que respeten las leyes matemáticas tan tranquilizadoras por él. 

Luigi hace todo lo que sirve, porque “Quien hace demasiado, falla”. 

 


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Erase una vez un abuelo, nacido en 1911, que empezó arreglando los resortes a ballestas de los carritos. Luego llegaron los primeros coches, y el señor Antonio Locatelli abrió con su socio Isidoro Belloli su primera carrocería en Bérgamo, en vía Nazario Sauro. Era el año 1930. Dos años después se desplazaron a vía Garbelli, dónde sigue estando el taller. 

En 1944 el hijo de Antonio, Francesco, heredó el negocio, después de volver por milagro de la guerra. 

“En aquellos años la mayor actividad era la de quitar los techos de los coches para colocar ametralladoras” dice Luigi - sobrino de Antonio -  que en 1970 empezó su actividad en la empresa de familia. 

La historia de la familia Locatelli es muy larga y se une con la del País y la del barrio llamado Borgo d’Oro, del cual - hasta el día de hoy - nunca se ha alejado. 

Luigi nos cuenta con sencillez cómo empezó: “En el colegio era un desastre. Por eso empecé a trabajar inmediatamente”. 

A los 16 años ya conducía, desplazando los coches en la carrocería y aprendiendo esa profesión mirando. Luego regresó al instituto, porque “el tiempo pasaba y hacía falta conocer cosas cada vez nuevas”. Primero fue al instituto Esperia para aprender a soldar, luego frecuento un curso más comercial. 

Se ríe socarronamente cuando nos dice que tuvo que aprender la estenografía también...

Luigi habla poco, prefiere acompañarnos a visitar el taller. Nos enseña los espacios ordenados y bien cuidados, las herramientas modernas para barnizar los coches, la atención con la cual se tratan los desechos y el plástico, los ventiladores aspirantes y el sistema de aeración. Luego nos lleva al exterior para que notemos que no hay ni olor ni polvos. Esto es su mayor orgullo. No en las palabras, sino en el esmero de su actividad. “Si hubiéramos mudado fuera de la ciudad, no hubiéramos necesitado toda esta meticulosidad y el esfuerzo hubiera sido menor.” Pero al fin y al cabo el Borgo es el Borgo y no se puede dejarlo.  

 

Él nació aquí y sus hijos - Antonia y Matteo - también: hoy trabajan con dedicación en el taller. Aquí se encuentran las buenas relaciones que te acompañan durante la vida y que te ayudan incluso en los momentos más difíciles. 

Luigi está muy orgulloso de su profesión de artesano, siempre le han gustado las cosas manuales, pero no esconde que a los diez y ocho años su objetivo era poseer su propio coche para disfrutar y también para impresionar a las chicas. 

Saber que “si hubiera actuado bien le hubieran comprado el coche” le animaba a trabajar. 

“Los de mi generación tuvieron que trabajar para merecerse el coche. Por eso lo cuidaban más”. 

Cada día a las nueve y media y a las tres y media, desde hace treinta años, el enmarcador Ghilardi - cuyo taller queda a poca distancia - viene a recogerle. Se toman un café juntos en el mismo bar, charlan y quedan para el domingo. 

De hecho, una vez a la semana los dos amigos se encuentran en ocasión de una pasión que comparten: los relojes antiguos. Luigi ha pasado de los trabajos sobre los coches a los meticulosos y precisos de los engranajes de los relojes. 

Esta pasión le ha permitido cumplir con algún deseo de los clientes de la carrocería, realizando piezas de recambio minúsculas, construidas con paciencia y habilidad. 

Sus hijos dicen que él está “cuadrado”: pide a todos la misma precisión y ama actuar en territorios conocidos, donde conoce cada mecanismo y que respeten las leyes matemáticas tan tranquilizadoras por él. 

Luigi hace todo lo que sirve, porque “Quien hace demasiado, falla”.